Susana Torres: El regreso del Inca a través de la cultura de consumo

Por Andrea Andrade

El imaginario de Susana Torres es un sinfín de memorables aportes. Su carrera en el cine comenzó de la mano de la directora Claudia Llosa, donde trabajó en la dirección de arte y conceptualización visual de galardonadas películas como: “La teta asustada”, “Madeinusa”, “Las malas intenciones”, entre otros cortos y largometrajes peruanos. Proyectos por los que obtuvo reconocimientos como el de la Unión de Cineastas Peruanos en el 2010 y el premio Coral en el 31º Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana por mejor co-dirección de arte. 

Desde entonces, su nombre no ha dejado de sonar, la artista multidisciplinaria autodidacta es reconocida tanto por su trabajo en la gran pantalla como fuera de ella, debido a sus numerosas exposiciones individuales y la enseñanza en reconocidas escuelas de arte. Su talento innato para las artes plásticas y visuales, además de su agudeza para tocar temas de los que nadie más se atreve a hablar, la convierten en una de las figuras femeninas más influyentes en la escena peruana del arte.

“Peruvian beauty”, de Susana Torres

A diferencia de su trabajo en dirección de arte, en el que a veces se tuvo que ceñir a una paleta de colores según el género y la estética escogida; en sus proyectos como artista, Susana conjuga su vida cotidiana, el arte colonial y el ready-made para crear piezas orientadas a la reflexión de la historia peruana y deconstrucción de estereotipos, a través de la búsqueda de lo sagrado desde el consumismo.

“Mi inspiración siempre ha estado ligada a mi domesticidad y al arte popular. Mi vida es mi material: lo que veo, lo que me pasa, lo que me interesa. Para mí viajar en la carretera significaba estar en una galería de arte rodante. Viendo los afiches chicha, los tapabarros pintados de los camiones o los cuadros en sus propias puertas traseras”

Sus propuestas se articulan en base a sus experiencias propias. “Mi inspiración siempre ha estado ligada a mi domesticidad y al arte popular. Mi vida es mi material: lo que veo, lo que me pasa, lo que me interesa. Para mí viajar en la carretera significaba estar en una galería de arte rodante. Viendo los afiches chicha, los tapabarros pintados de los camiones o los cuadros en sus propias puertas traseras”, explica. Por esta misma razón, gran parte de su obra se ha encargado de enaltecer el concepto del heroísmo de la vida cotidiana, como en su primera –y la más significativa– exposición: “La Vandera”, rescatando el valor de las amas de casa.

Parte de esta búsqueda de lo sagrado en la cotidianidad y el consumismo comenzó desde que empezó a añorar al Perú desde el extranjero. “Empecé a extrañar no solo a las personas, también los sabores, aromas y todos los productos de consumo que hablaban de nuestra identidad. Así descubrí cómo el concepto de lo Inca llegaba primero a un niño desde una gaseosa antes que desde un libro”, añade. Es así que inició su colección de todo lo que tenía algún logo Inca, le fascinaba pensar que dentro de esas piezas comerciales –como los abarrotes–, podría encontrarse el regreso del Inca aunque de manera distinta, desde el consumo.

“Empecé a extrañar no solo a las personas, también los sabores, aromas y todos los productos de consumo que hablaban de nuestra identidad. Así descubrí cómo el concepto de lo Inca llegaba primero a un niño desde una gaseosa antes que desde un libro”

De esta manera surgió una de sus colecciones más conmemorativas, el “Museo Neo-Inka”, un museo imaginario que se encuentra en constante reconstrucción. Centrándonos en su novena edición, Susana Torres explora la imagen del Inca para componer un relato o, como ella dice, un concepto que aborda el Pop Art y la cultura chicha. Torres evoca dicha cultura ya que en el caso peruano, lo “chicha” es una de las mayores expresiones de prácticas híbridas del postmodernismo. Es una hibridez indefinida, así como sus colecciones. 

Es conveniente mencionar que el movimiento Pop Art tiene el propósito de reflejar la superficialidad de los elementos de la cultura de masas en sus obras, es decir, selecciona productos de consumo accesibles para todos y los representa. Con esto se destaca la inexpresión y la impersonalidad del objeto, alejándose de cualquier tipo de subjetividad del artista. Por ende, tanto esta expresión como la cultura chicha, cayeron como anillo al dedo para abarcar la estética cotidiana que la artista buscaba reflejar.

Dentro de las obras que presenta, se busca reconstruir desde lo más precario, si no es de manera real, de manera simbólica. El Museo Neo-Inka huaquea –o vuelve sagrado– el consumismo para explorar algunos sentidos ocultos. Está conformado por instalaciones que, desde su propia óptica, amplían la decoración de lo que sería un palacio Neo-Inka. Pero su presentación va más allá de lo meramente estético: Torres contextualiza su trabajo, dándole incluso una connotación social y política, una revalorización de nuestro pasado andino, y la banalización del mismo.

Al igual que Andy Warhol inmortalizó la sopa Campbell’s, Torres realizó en muchas piezas una interesante analogía con Inca Kola. “Tomé a la gaseosa Inca Kola porque aparte de su nombre, fue un producto que trabajó mucho la idea de identidad a través de los años. Eso fue muy importante. Desde niños crecimos escuchando sus lemas, la llamada “bebida de sabor Nacional”, cuando la gente añora su patria, esta gaseosa es parte de todo eso, de tu identidad”, agrega. 

El Inca.. es una gaseosa para saciar la sed, un cigarro para ser fumado, una menestra para devorar, una lata de conserva.. Es parte de ti y habla de un pasado común”

Este universo de Susana Torres explica que el Inca se mantiene desde lo más cercano en nuestra vida. “Ya no es lejano. El Inca no es una persona importante, es una gaseosa para saciar la sed, un cigarro para ser fumado, una menestra para devorar, una lata de conserva. Algo que está en tu vida y que como lo desechas también lo consumes. Es parte de ti y habla de un pasado común. Nuestra idea de paraíso idílico que compartimos”, relata. En general tenemos muchos símbolos que hablan de nuestra identidad ligada al pasado, símbolos que los vemos en productos de consumo, y que al mismo tiempo reflejan que somos una sociedad con una economía precaria. 

A diferencia de Warhol, donde sus obras hablaban sobre consumo, los trabajos de Torres tratan de nuestra economía y la falta de recursos que tenemos para poder hablar de un consumismo en términos del primer mundo. “Un ejemplo de ello es que miles de piezas que adquiero luego dejan de estar en el mercado. Eso te habla que la empresa de origen colapsó económicamente. Tengo muchas piezas únicas que dejaron de existir masivamente y su consumo por el público fue fugaz”, continúa. Esto habla de nuestra precariedad nacional, una cultura de masas que sigue consumiendo todo a su paso, representando en su concepto que la riqueza simbólica de nuestra cultura de consumo es contrastada con nuestra pobreza material.

Como si constantemente estuviera redecorando una casa, el museo Neo-Inka ha tenido más de una docena de muestras o ediciones. No se trata solamente de exhibir objetos con la marca, logo o apelativo Inca en su forma o envolturas; es reflexionar. Más que juzgar la banalización actual del Inca, Torres prefiere lanzar una piedra y que cada uno saque sus conclusiones, hacer preguntas más que dar respuestas, no direccionar al público. Puede interpretarse como una crítica, pero también como la búsqueda de lo sagrado desde el consumismo de un pasado precolombino múltiple que nos persigue todo el tiempo.

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