Desde las fantasías extrañas de Schiaparelli a la belleza oscura de McQueen, el trabajo de estos diseñadores nos hace preguntarnos: ¿Debería la moda ser considerada un arte, de la misma forma que lo son la pintura, la escultura o la danza? Esta pregunta ha generado un debate que ha permanecido vivo a través de los años, y que nos invita a redefinir nuestra definición de lo que es arte.
Dedos dorados se asoman desde la oscuridad de los zapatos, ojos y dientes prenden de lugares inesperados, flores nacen y mueren, descansando sobre clavículas desnudas, corazones negros laten expuestos esperando a ser abiertos por llaves. El desfile de Alta Costura FW22 de Schiaparelli fue un ejemplo perfecto de surrealismo puro, uno que habría hecho orgulloso a Cocteau. Daniel Roseberry lleva unos años a la cabeza de la casa como director creativo, y cada show de Couture trae consigo un trabajo conceptual y una gran belleza que podría haber sido expuesta junto a los trabajos de los máximos representantes del surrealismo al inicio del movimiento. Esto regresó a la vida una pregunta que se ha hecho muchas veces pero que sigue sin tener una respuesta: ¿Puede la moda ser arte?
Hay personas que dirán que no, la moda es solo eso, es simplemente indumentaria, hecha para ser usada, y quien se encarga de hacerla no es digno de considerarse un artista.
Hubo un tiempo en nuestra historia, no hasta hace mucho, en el que las líneas de lo que era arte y lo que era artesanía (o incluso artes menores o menos prestigiosas) estaban perfectamente dibujadas. Si una persona pintaba, esa persona era artista, si una persona hacía vestidos, esa persona era modista, es decir, una persona encargada de copiar patrones y cambiarles las telas, reemplazar mangas y combinar aplicados de flores con diferentes encajes.
Entonces, un día, Elsa Schiaparelli aparece con sus sombreros en forma de zapatos y sus vestidos con columnas vertebrales. Llega en el mismo tiempo en el que Breton, Buñuel, Moro y otros están cambiando el mundo con imágenes, películas y literatura sacada de sueños y de imaginación desenfrenada, y sus diseños son de la misma calidad conceptual. Cambian la forma en la que los cuerpos que los llevan interactúan con el mundo, y transforman las cualidades humanas en algo sacado de la fantasía.
Elsa y Salvador Dalí deciden poner una langosta en un vestido. Pero no cualquier langosta, una langosta de Dalí. Una pieza de arte que puede ser llevada sobre un cuerpo y movida de un lugar a otro. Un Dalí andante. Y es aquí donde la línea comienza a borrarse. La langosta fue pintada con el solo propósito de aparecer en el vestido, y fue impresa sobre la seda. Al estar la obra del artista puesta sobre la tela, esta colaboración convierte el vestido en un lienzo.
Desde entonces han habido múltiples colaboraciones entre artistas plásticos, visuales y diseñadores de moda. Las pinturas figurativas del artista ghanés Amoako Boafo aparecieron en la colección de menswear verano 2021 de Kim Jones para Dior, con retratos de rostros llenos de texturas, con miradas penetrantes, flotando sobre fondos de colores.
En el año 2003 el controversial Damian Hirst diseñó una serie de pañuelos en las que aparecían sus reconocibles calaveras, rodeadas o conformadas por mariposas, con fondos caleidoscópicos. Este trabajo, nuevamente, fue específicamente pensado para la colaboración con McQueen.
Pero aquí hemos hablado de moda solamente como un lugar dónde plasmar algo, no de moda cómo pieza de arte en sí, con el diseñador como único autor de la obra. Algo que Schiaparelli y McQueen tienen en común es una cosa: sin sus colaboraciones, sus trabajos siguen siendo personales y altamente conceptuales. Entonces, ¿es el trabajo de Elsa, independientemente del Dalí ocasional, el trabajo de una artista? ¿pueden las colecciones de Alexander McQueen ser consideradas arte y no meramente “Artísticas”?
Una colección que causó una reacción visceral en muchos, y que generó debate, fue la colección primavera verano 2001 de Alexander McQueen. La luz blanca y cruel cayendo sobre los espejos que cubrían un espacio melancólico y crudo, las paredes transparentes como jaula/cuarto de un hospital psiquiátrico, las modelos perturbadas, algunas perdidas en sus reflejos, otras moviendo sus manos en el aire, son pacientes deambulando dentro de un espacio angustiante. Y entonces, está la ropa. Una mujer es atormentada por sueños de pájaros que la picotean, pájaros atados a los tirantes de un vestido, otra mujer camina cubierta de almejas, y se detiene solo para arrancarse partes de su coraza, como si fueran plumas o cabello, y dejarlas caer al suelo. El final es devastador. La gran caja que hasta ahora ha permanecido cerrada en el centro, se abre para revelar una figura extraña, cubierta de polillas, respirando a través de una máscara. Es un desfile que deja muchos sentimientos encontrados, por lo que implica el mezclar la idea de lo glamouroso o lo bello, y la complejidad de un tema como la salud mental. Puede resultar muy problemático, especialmente desde un punto de vista que ve a la moda como algo banal, o algo que banaliza por su naturaleza misma. Pero, por otro lado, si uno se detiene a cuestionar un poco más, no podemos negar que esta colección fue un trabajo profundamente personal. El de un hombre que lo que vivía, lo transmitía con su ropa y puestas en escena; y que, sabiendo y entendiendo el trágico final de su vida, la colección es revelada a nosotros como el intento transparente de decir a gritos lo que pasaba por su corazón como creador y como humano. Estaba hablando de su propia experiencia a través del medio que él amaba y conocía.
Aquí es donde tenemos que empezar a plantearnos otra interrogante: ¿cuál es la definición de ‘arte?, si es que tal cosa existe, y ¿por qué algunas creaciones entran dentro de dicha categoría y otras no? Vivimos en un tiempo de líneas borrosas. El mundo del arte han dejado de ser tan blanco y negro, para transformarse en una constante conversación sobre grises.
El performance nos enseñó que no se necesita de una galería para mostrar un trabajo, Warhol nos enseñó (y esto va para los que hablan de la gran producción de prendas como argumento en contra de su capacidad para ser arte) que la reproducción masiva de una obra no le quita el valor cultural; y el cine y la fotografía se convirtieron, en el tiempo, en formas prestigiosas de hacer arte, después del arduo esfuerzo de muchos pioneros. Lo que definimos como arte es algo que está en constante cambio.
El trabajo de diseñadores como Rei Kawakubo, Iris Van Herpen, Martin Margiela, Thom Browne y muchos más, demuestra cómo los universos creativos de estas personas pueden trascender lo utilitario, y convertirse en vivos reflejos de sus espíritus, inquietudes, pasiones y problemas.
El trabajo de diseñadores como Rei Kawakubo, Iris Van Herpen, Martin Margiela, Thom Browne y muchos más, demuestra cómo los universos creativos de estas personas pueden trascender lo utilitario, y convertirse en vivos reflejos de sus espíritus, inquietudes, pasiones y problemas.
Así que, la respuesta a esta pregunta termina siendo, por supuesto, gris: ¿Deberíamos considerar a la moda como una forma de arte? Podríamos concluir que esto depende de qué motiva a un diseñador, de si hay un pedazo de corazón, vida o alma dentro de la seda que te ofrece. El arte es, en su esencia, autoexpresión, y el ser humano ha tenido siempre la necesidad de adornarse y expresar lo que lleva dentro. Ambos, tanto la prenda y como el cuerpo, están movidas por el mismo deseo, por siempre unidas. La moda tiene el potencial de ser una de las formas más hermosas e íntimas de colaboración: la del artista y el que lo lleva puesto.