En el marco de Paris Fashion Week SS23, la conocida marca francesa Isabel Marant fue acusada en redes sociales de haberse apropiado de la cultura popular peruana, tras emplear “carteles chicha” como recurso visual para la campaña de su nueva colección HOMME SS23 COLLECTION. Esto abrió paso al debate sobre la delgada línea entre lo que se considera apreciación, o apropiación cultural. Analizamos cuál es la diferencia de estas, la polémica trayectoria de la diseñadora francesa y cuáles son las consecuencias de actos como estos.
Por Mafer Mendoza
Brandeado como una celebración para el nuevo lanzamiento de la marca francesa, el 24 de junio, Isabel Marant publicó un video en Instagram en donde se expone un desfile como una fiesta a orillas del Sena en París. La portada de este material era un cartel chicha, pieza gráfica icónica del imaginario popular peruano. Días después, publicó imágenes de las paredes del evento forradas con estos carteles.
Naturalmente, estas publicaciones recibieron el rechazo a través de comentarios y críticas, sobre todo de peruanos, indignados ante el uso de recursos visuales propios de su cultura en un evento que no guarda relación con la misma. “Ningún comentario sobre la inspiración de estos posters? La letra y el diseño son peruanos, si vas a usarlo al menos menciónalo, de otra manera es apropiación cultural”, comentaba uno de los usuarios de Instagram en el material visual de la marca.
EL ORIGEN DE UNA EXPRESIÓN GRÁFICA CULTURAL
El cartel chicha es una de las manifestaciones peruanas más populares. Creadas en la década de los ochentas por Pedro Tolomeo Rojas, conocido como “Monky”, estas piezas se caracterizan por sus colores fluorescentes y peculiar tipografía. El trasfondo de estos carteles servía para comunicar eventos y conciertos durante el apogeo de la música chicha peruana, un género creado por migrantes que mezclaron sus melodías vernaculares con instrumentos occidentales de la capital.
Hasta el día de hoy, se suele empapelar paredes enteras con estos carteles, creando una amalgama de colores, formas y degradados llenos de comunicación e historia. En un principio, esta expresión cultural gráfica se catalogaba como “huachafo”, de mal gusto o una manifestación inferior. Sin embargo, con la visibilización y reivindicación de las identidades andinas, la demanda de estos carteles fue creciendo.
LA POLÉMICA TRAYECTORIA DE MARANT
Isabel Marant fue fundada en 1994, una firma francesa reconocida mundialmente por las famosas Willow Sneakers, introduciendo al mercado las zapatillas con plataforma. Sin embargo no es reconocida únicamente por ello. Isabel se volvió una diseñadora y marca bastante polémica, pues su trayectoria viene siendo manchada por utilizar la apropiación cultural para aportar recursos artísticos a sus colecciones y campañas.
En el año 2015 sucedió con la cultura mexicana, en su colección para SS15, pues evidentemente había plagiado una serie de elementos gráficos creados por una comunidad autóctona, y los había estampado en la blusa que tituló ‘Tlahuitoltepec’. En el 2020, con su colección “Etoile” FW21, también se dejaron ver diseños e iconografía pertenecientes a la cultura purépecha de Michoacán.
CASOS DE APROPIACIÓN CULTURAL LATINA EN LA INDUSTRIA GLOBAL
Mientras “lo latino” viene posicionándose como una temática cada vez más popular en el diseño multidisciplinario, los casos de apropiación a nuestras culturas parece que van en aumento. En el 2019, Louis Vuitton lanzó, como parte de su colección Dolls By Raw Edges, muebles propios de la cultura mexicana. Las sillas que simulaban las del modelo R 98619, se caracterizan por sus bordados y son de la propiedad intelectual de la comunidad Tenango de Doria. Muchos ciudadanos y autoridades culturales de México, exigieron que la marca francesa especifique si el trabajo detrás de estas piezas era en colaboración con artesanos de la comunidad de origen. Sin embargo, tras un comunicado con información imprecisa, Louis Vuitton no se pronunció más.
De la misma manera, la colección crucero 2020 de Carolina Herrera, bajo la dirección creativa del estadounidense Wes Gordon, estuvo inspirada en “un amanecer en Tulum”. Esta fue de las colecciones más polémicas de la firma de origen venezolano. En uno de los vestidos se dejan ver unas vistosas flores bordadas, muy similares a las de la región del Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca México. Frente a ello, se abrió el debate si ese tipo de accionar se trataba de un simple homenaje o de un caso más de apropiación cultural.
Muchos pueden preguntarse qué tiene de malo que diseñadores o marcas reconocidas utilicen elementos culturales para crear sus colecciones. Y es que cada elemento cultural hace referencia a la propiedad intelectual de la cultura, sus conocimientos ancestrales, expresiones culturales y/o bienes étnicos. La adopción de estos elementos sin el consentimiento de los individuos de una cierta cultura puede ser un problema que afecta a la expresión artística de colectivos que se encuentran subordinados económica, social y políticamente.
SE ABRE EL DEBATE: ¿CUÁNDO SE TRATA DE APRECIACIÓN Y CUÁNDO DE APROPIACIÓN?
Si bien es cierto que el diseñador es libre de tomar inspiración de donde sea, no sería ético realizar una copia idéntica de un producto existente, especialmente sin dar el crédito correspondiente a la fuente de inspiración. Más aún, cuando esta fuente no es propia a la cultura del creativo, evadiendo todo el bagaje histórico, cultural y sentimental del elemento que sirve como inspiración.
Cuando ocurren casos como estos, se da pie a varias preguntas. ¿Acaso usar una expresión cultural de una cultura ajena a la propia siempre va a caer en la etiqueta de apropiación? Ante esto, es importante aclarar que los actos de apreciación cultural tienen como protagonistas a los miembros de la cultura de inspiración, generando una relación horizontal en los procesos creativos y técnicos del producto final.
Dentro de la apreciación cultural, se preserva la esencia de la cultura ajena, se enaltece su historia y se respetan sus significados populares. La apropiación, no toma en cuenta “el alma” de las expresiones culturales, se banaliza su carácter representativo y no abre camino para las comunidades que la realizan originalmente.
Lo que ocurrió con Isabel Marant apropiándose de un elemento tan importante de nuestra peruanidad pone en tutela la delgada línea entre conceptos que en su lejanía parecen muy similares. Sin embargo, al estar nosotros, como peruanos, tan cercanos a la expresión artística plagiada, podemos entender la relevancia que tiene dialogar sobre lo negativo que puede ser la apropiación cultural y denunciar públicamente. Es así como podría lograrse llegar a una industria de moda transparente y responsable en un escenario global más ético.
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